Magos del Sonido.

 Retocando lo acústico, desde el restaurante a la sala de conciertos.
POR ALEX ROSS

Magos del Sonido.

  ALEX ROSS: http://www.newyorker.com/contributors/alex-ross

http://www.meyersound.es/

El sistema Constellation de Meyer Sound realiza el equivalente sonoro de Photoshop a la imagen.

Una reciente visita a Oliveto, un restaurante italiano nouvelle en el vecindario Rockridge de Oakland, California, tuvo una curiosa particularidad.

Presté menos atención a la comida que a la del sonido.

Estaba en una mesa de seis personas, en la sección de arriba del restaurante. Era un viernes por la noche, y a la mitad de la cena, el local estaba a reventar.

Las condiciones fueron óptimas para que los comensales del abarrotado restaurante me proporcionaran una noche de frases ininteligibles gracias al crescendo inexorable de su habla, toses, cacareos, y ruidos, que amenazaban con ahogar cualquier conversación y nos obligaban a gritarnos los unos a los otros.

En esta ocasión, sin embargo, me encontré capaz de eliminar el ruido y escuchar sólo lo que yo quería oír.

Cuando alguien en una mesa cercana empezó a reírse a carcajadas de sus propios chistes, todavía podía seguir la conversación del hombre tranquilo que se sentaba a mi lado.

Amigos en el otro lado de la mesa hablaban al otro lado de la cesta del pan, sin tener que levantar la voz. Aunque éramos conscientes de un zumbido general, todo pasó a convertirse en un ambiente cómodo. Fueron dos horas de paraíso acústico. El efecto fue premeditado.

El hombre que estaba sentado a mi lado, un hombre con un look parecido al de un mago de setenta y un años de edad, con barba a lo Tolstoi, era el ingeniero de sonido John Meyer.

Con él estaba Helen Meyer, su esposa; juntos, son los propietarios de Meyer Sound Laboratories, con sede en Berkeley.

Ellos fabrican una amplia gama de productos de audio de alta calidad, pero destacan especialmente por su capacidad para mejorar, a través de medios electrónicos, la acústica de las salas o espacios existentes. Cuando Oliveto se sometió a una renovación, el año pasado, los propietarios pidieron a los Meyer diseñar un entorno más amigable a la conversación.

El aparato que Meyer había instalado incluye una versión del sistema Constellation de la compañía, que emplea micrófonos, una plataforma de audio digital y altavoces para probar el ruido en una habitación, cambiarlo, y enviarlo de vuelta en una forma modificada.

Las paredes de la sala están equipadas con lo que los Meyer llaman el sistema Libra:

Paneles que absorben el sonido con un atractivo diseño, en este caso las imágenes de los olivos de la fotógrafa de Berkeley, Deborah O’Grady.

Oculto en un cuarto trasero está el procesador digital del sistema, que puede ser controlado con una tablet.

"Cada mesa está en su perfecta zona sonora", explicó John. "Pero no están aisladas"

Mencionó el intento anterior de un compañero para hacer frente al ruido de los restaurantes, el cual tuvo éxito en la supresión de la charla, pero dio lugar a un ambiente amortiguado, estéril:

"A nadie le gustaba esa atmósfera. La habitación terminó pareciendo estar completamente muerta"

En cambio, “Constellation” consiguió un proceso similar al Photoshopping de una imagen, eliminando elementos indeseables.

John explicó que hay dos componentes en el sonido que resuenan:

Las primeras reflexiones, que contienen la mayor parte de la información inteligible; y la reverberación posterior.

"Ahora mismo, de las personas ruidosas que están justo detrás de mí, solo estamos escuchando su energía de reverberación, la cual no es suficiente para la inteligibilidad.

Se han cortado las reflexiones tempranas: se pueden oír voces, pero no lo que están diciendo"

El efecto es la convivencia sin la sensación de caos.

John se enfrascó tanto en su explicación, que Helen tuvo que recordarle varias veces que comiera su plato de cangrejo:

"Soy la que vigila los tiempos en este equipo", dijo.
"Si tenemos que ir a San Francisco esta noche, tenemos que salir de aquí a las siete y cuarenta y cinco."

A las nueve en punto, habíamos cruzado la Bahía de San Francisco y llegamos a un evento llamado Soundbox presentado por la Orquesta Sinfónica de San Francisco.

Michael Tilson Thomas, director musical de la orquesta, había estado contemplando durante mucho tiempo una serie auxiliar, en el que sus músicos tocarían un repertorio de menor escala en un ambiente de club casual. El reto era encontrar un lugar adecuado.

A finales de 2013, recurrió a los Meyer, que instalaron un sistema Constellation en una sala con un sonido cavernoso, en Davies Symphony Hall, que se utiliza como lugar de ensayo tanto por la Sinfónica como por la Ópera de San Francisco.

Joshua Gersen, que ejerció de maestro de ceremonias, comenzó el show con una demostración de la configuración Meyer.

Dio una palmada, y el sonido resonó con creces. Luego hizo una señal para que se apagara el equipo, y de repente, el aplauso fue recortado y sin vida. La multitud se quedó sin aliento y comenzó a aplaudir.

Los Meyer, sentados en el centro de una multitud de veinte y treintañeros, sonrieron.

Los sistemas Meyer se están convirtiendo en un accesorio del mundo clásico, desde el Bay Area de San Francisco a Berlín. Incluso el ilustre Musikverein, en Viena, una de los tres o cuatro mejores salas de conciertos que se hayan construido, ocasionalmente usan los componentes Meyer:

El Musikverein con sus altos índices acústicos ricos en matices de reverberación tiende a emborronar la voz, y cuando las actuaciones requieren narración, como en la obra maestra de Prokofiev, "Pedro y el lobo", este sistema da una mayor claridad.

En la plaza fuera del “New World Center”, en Miami, donde tiene su sede la “New World Symphony”, un Constellation suministra el sonido al aire libre más realista que he encontrado.

Aunque ninguna cantidad de magia digital puede ganar en la pugna con el trueno dorado de una gran sala que vibra en simpatía con Beethoven o la orquesta de Mahler, los Meyer puede haber llegado más cerca que nadie a una aproximación de la realidad en la historia del audio.

John Meyer nació en Oakland en 1943. Sus padres producían radionovelas en KPFA en Berkeley, y, dada la cercanía desde muy pequeño a las estaciones de radio, Meyer tuvo sus primeros contactos con la ingeniería de sonido.

A finales de los años sesenta, él estaba trabajando en una tienda de alta fidelidad llamada Berkeley Custom Electronics.

Un día, el cantante de Blues Steve Miller, recién llegado a la zona de la bahía de San Francisco, se puso a conversar con Meyer, que se quejó por el sonido metálico que habitualmente escuchaba de espectáculos de rock-and-roll de la época.

En el Festival Pop de Monterey de 1967, la Steve Miller Band usaba un sistema de amplificación de bajo, ideado por Meyer, que añadía potencia y textura al sonido del instrumento.

En ese mismo período, Meyer comenzó a salir con Helen, una estudiante de la Universidad de California, que pronto se dedicó a convertir los entusiasmos de audio de John en un negocio viable.

Su primera aventura, una compañía llamada “Glyph”, se fue a pique; ni siquiera las bandas psicodélicas más opulentas podían viajar con altavoces “Glyph”, que requerían altavoces de cuatro y ocho pies de diámetro, demasiado tamaño para las giras.

Más tarde llegó el altavoz JM-3, una central eléctrica más compacta, que se estableció como un tótem del rock setentero.

Meyer también tuvo un papel importante en la construcción de la famosa “Wall of Sound” de los “Grateful Dead”.

Antes de la cena en Oliveto, fui a la central de investigación e instalaciones de producción de Meyer Sound, que emplean a más de doscientas personas y ocupan varios edificios en el distrito de almacenes de Berkeley.

En una parte del complejo, los técnicos ensamblaban componentes, haciendo uso de maquinaria industrial: Piezas de Kevlar eran utilizadas en una maquinaria Alemana para producir materiales altamente flexibles, pero prácticamente irrompibles, material para altavoces de graves.

La operación Meyer depende de una combinación de prestidigitación digital y maestría artesanal de siempre.

En una pequeña sala de demostraciones, los Meyer me mostraron cómo funciona el sistema “Constellation”.

Su objetivo principal es permitir la flexibilidad, de manera que las salas se pueden adaptar a las necesidades de diferentes tipos de eventos.

El cine necesita un ambiente seco, libre de eco, en el que las palabras pueden ser entendidas perfectamente.

Los beneficios de la música de cámara nos brindan un sonido nítido con calidez resonante.

Las orquestas dotan al sonido de largos tiempos de reverberación -más de dos segundos, en el Musikverein. Los coros prosperan en la acústica en pleno auge de una catedral.

“Constellation” intenta replicar esta gama de tiempos de reverberación, que varían con el tamaño del espacio.

Uno puede elegir entre diferentes opciones: el cine o sala de conferencias (0,4 segundos); cámara (un segundo); teatro (1,4 segundos); sala de conciertos (dos segundos); y "Catedral (o “Sacred Space”)" (2,8 segundos). De este modo, el sistema puede dar color a una acústica propiamente seca, como en el Zellerbach Hall, en Berkeley, y puede suministrar un sonido más limpio para el jazz amplificado y el pop, como en el Svetlanov Hall, en Moscú.

"No podíamos hacer esto hasta que tuvimos un ordenador de muy alta potencia," me dijo John. "Está calculando veinte mil ecos al segundo, y esa información se tiene que quedar en la memoria durante cuatro o cinco segundos, una gran cantidad de datos.

Sólo hace unos pocos años atrás fuimos capaces de realizar la configuración del “Catedral” (o “Sacred Space”), que es la más compleja de todas".

René Mandel, un violinista que también desempeña el cargo de director ejecutivo de la Sinfónica de Berkeley, fue el encargado de dar una demostración musical.

Me dieron el control de la tablet, y mientras Mandel tocaba la Sonata Largo de Bach en Do-Mayor para violín, toqueteé entre varios ajustes.

Mandel se las arregló para mantener una línea musical que fluía mientras yo le tele-transportaba de un lugar virtual a otro; como llevarle de una sala de a una catedral.

La situación no era natural, sin embargo, el instrumento de Mandel retenía una identidad tangible en cualquier entorno acústico que eligiera.

John Meyer, comentó: "La parte más difícil de todo esto es asegurarse de que la focalización permanece en la persona que toca la música. El sonido envolvente puede apartarte hacia un espacio inventado. El sonido debe permanecer envuelto alrededor del instrumento no al contrario".

Al igual que muchas orquestas americanas, la Sinfónica de San Francisco busca diversificar su oferta y captar la atención de un público más joven. Con Soundbox, se ha dado con una fórmula acertada; las tres primeras ediciones de la serie, que comenzaron el diciembre pasado, se han vendido rápidamente.

Antes de un evento en enero, escuché a un joven diciendo, "¿Qué estamos viendo? ¿Opera’N mierd*?

"La iluminación y los muebles de salón evocaban a pensar en un club de almacén. Había un bar completo. El programa incluyó obras estrella del barroco como "Battalia," de Heinrich Biber, la suite con sabor brasileño de Darius Milhaud "Le Boeuf sur le Toit," selecciones de "Shaker Loops" de John Adams y del ciclo de Britten, la canción "Les Illuminations", La Primera Suite para violonchelo de Bach y obras por Mark Summer y Mark Volkert, el último un concertino asistente de la orquesta.

El programa era ecléctico hasta la exageración, más un menú de degustación de una comida completa, pero demostró la capacidad de los Meyer para evocar un espacio de actuación plausible.

Yo estaba particularmente impresionado por el sonido del tenor de Nicholas Phan, en la Britten; la fuerza del cantante y colores tonales se escucharon intactos.

"Se siente una acústica completamente natural y real", me dijo Phan después.

"Incluso se nota la diferencia en los cambios dependiendo de lo llena que esté la sala".

De todos modos, nunca estuve del todo convencido por el timbre de las cuerdas, especialmente los violonchelos y los contrabajos.

Hay algo inquietantemente filosófico sobre el trabajo de los Meyer, como lo hay en cualquier cambio de imagen digital de la realidad.

Tanto en Oliveto como en Soundbox, el proceso Constellation nunca parecía falso o demasiado bueno para ser verdad, y sin embargo, tuve la sensación de estar instalado en el centro de la mejor recepción de audio.

En el ajuste del concierto, eché de menos el repiqueteo de las tablas del suelo bajo mis pies, el cosquilleo físico de la reverberación.

Los tradicionalistas insisten en que no hay sustituto para una sala de primera clase, y pueden estar en lo cierto.

Deben tener en cuenta, sin embargo, que la tecnología ha intentado retocar el sonido durante siglos; el diseño de instrumentos, la arquitectura de las salas de conciertos, y los hábitos de escucha inculcadas por escuchar grabaciones se reducen a qué escuchamos y a cómo lo escuchamos.

Al final, el enfoque más sólido para el argumento de Meyer es pragmático.

El aparato en Soundbox es muy barato, pero el precio de la sala pasa de las seis cifras, e incluso una pequeña nueva sede en el centro de San Francisco habría costado muchos millones de dólares más que nuestro sistema.

Así, los Meyer han tenido una influencia democratizadora, permitiendo obtener resultados satisfactorios en espacios problemáticos.

Ellos han ayudado a hacer de la música clásica un tipo de arte con una mayor movilidad, una bestia adaptable, una que es más libre para vagar por todo el paisaje cultural.

Un espejismo de la Musikverein puede surgir en casi cualquier lugar, con algunos clicks en una pantalla.

La simulación puede quedarse corta en la perfección, pero no hace más que hacer aprender a los oídos a añorar lo ideal.

Artículo original THE NEW YORKER (English): http://www.newyorker.com/magazine/2015/02/23/wizards-sound